jueves, 8 de enero de 2009

DETENIDO

-Te buscan.
-¿Quién?
-Ricardo.
-¿Qué quiere?
-Que lo ayudes hacer un trabajo.
-Dile que ahí voy.

Mi tío me acaba de pasar la voz de un amigo que me busca, así que me alisto para salir. Cuando estoy alcanzando la puerta de la quinta donde vivo veo que entra un tipo corriendo con un revolver en la mano lo cual me detiene y me deja pensando en qué debo hacer pero en ese momento siento un golpe en la espalda que me tumba al piso. Cuando levanto la mirada lo primero que encuentro es el cañón de un fusil apuntándome directo a la cara y un tipo que me amenaza.

-No voltees porque te mato conchatumadre.
-¿Qué pasa?
-Tampoco hables carajo.


Ahora siento que alguien cae a mi lado, al voltear veo que es mi amigo Ricardo que me pide calma, que no pasa nada. Mientras él me habla el tipo que me apuntaba me ha sacado los pasadores de las zapatillas y me ha amarrado de manos y pies. De manera brusca me pone de pie y hace caminar a empujones a pesar que no lo puedo hacer bien por estar atado. Al llegar a la calle veo una camioneta estacionada y me dicen que suba, yo les digo que no puedo, entonces uno de ellos me toma por la cintura y el cabello, me levanta y tira de cara dentro de la tolva de la camioneta y a mí lado cae (una vez más) mi amigo.

Ni bien avanza la camioneta alzo la cabeza para que alguien de la calle que me conoce me vea y le avise a mi familia lo sucedido pero inmediatamente me pisan la cabeza y me advierten que no me mueva ni haga nada. Cuando han transcurrido unos cinco minutos escucho que hablan por una radio y aunque la estática me impide oír claramente lo que dicen al menos logro entender algo detrás de esas metálicas voces:

-Ya los tenemos capitán.
-¿Todo bien?
-Perfecto.

Entonces decido preguntar dónde vamos.

-Te vamos a llevar a la playa a matarte conchatumadre.

Esa amenaza me paraliza de miedo (todo esto me ha sucede en Barrios Altos, donde dos años antes un comando paramilitar asesinó cruelmente a unos individuos en una fiesta) entonces sólo agacho la cabeza y me resigno –increíblemente- a morir lleno de balas en una alejada playa limeña. Pero no es así, de pronto el carro se detiene y me bajan en medio de la calle y me obligan a caminar hacia un edificio que no tardo en reconocer como un local policial que sale en las noticias algunas veces. Mientras camino amarrado y cogido del cogote por un policía escucho los murmullos (idiotas) de la gente a mi alrededor. Que pena, tan joven y robando, tan blanquito y es un delincuente, qué habrán hecho, ojalá se pudran en la cárcel. Yo sólo pienso en llamar a mis padres y pedirles me rescaten.

Apenas doy unos pasos dentro del edificio y veo un policía sentado detrás de una máquina de escribir, entonces me libro del tipo que me tiene tomado y voy hacia él, le digo que me ayude.

-¿Qué te pasa?
-No sé por qué me han traído acá.
-Algo habrás hecho.
-Yo sólo salía de mi casa y estos tipos me detuvieron, apenas tengo dieciocho años
(le muestro mi recién estrenada libreta electoral)

El tipo parece intuir cierto error y se alarma. Se pone de píe y habla con los que me han traído pero ellos se ríen y no le prestan mucha atención y me llevan a una sala enorme, llena de policías sentados leyendo o dormitando, a ninguno parece llamarle la atención nuestra presencia. Ahora entran dos tipos enmarrocados a los cuales reconozco como unos delincuentes que viven en el mismo barrio que yo y uno de los policías me dice que ya nos jodimos, que ya cayó toda la banda. Entonces me doy cuenta que han caído en un error: me han detenido por equivocación y aunque trato de explicárselo no me hacen caso.
Sentado en un rincón junto a mi amigo han trascurrido unos quince minutos cuando de pronto unos gritos de dolor nos alarman y asustan. Entonces entra un policía y me jala a la fuerza hacía unas cortinas enormes, al pasar éstas me doy a cara con una escena digna de una pela de polis malos: uno de los tipos que reconocí hace un rato yace colgado de unas sogas que lo suben y bajan hasta hundirlo en el fondo de un barril lleno de agua. El policía me dice que es mi turno y yo ya quiero llorar. Le explico nuevamente que es un error y al ver el terror en mi rostro parece pensar (cosa imposible en un policía, aún no encuentro uno que piense) que se equivocaron, así que me saca de ahí y pide le explique bien. Eso hago y le digo que mi papá es periodista y trabaja en un diario muy importante. Al oír ese detalle el tipo palidece y me desamarra, me lleva hasta un teléfono para que pueda hacer una llamada, la misma que hago a mis padres que no se han enterado de nada aún.

Luego de la llamada me han llevado a otra sala donde me invitan gaseosa y galletas mientras se deshacen en disculpas. Al rato llega mi padre secundado de un grupo de abogados que amenazan con mil demandas mientras un oficial le pide hablar en privado. Luego de cinco minutos regresan ambos y el oficial me pide disculpas y me dice que los policías serán sancionados por sus errores y si hay algo más que pueda hacer por mí, entonces me pregunto si es que aparte de asustarme y joderme, han hecho algo por mí. Le digo que no, que sólo quiero irme. Se vuelve a disculpar y me pregunta si mi amigo se va quedar, le digo que no y me lo llevo abrazado, él sólo sonríe y me dice que ya pasó todo.

5 comentarios:

Adur dijo...

Que paja!!.. me gustó..
sobre todo la parte:
y le digo [...] papá es periodista y trabaja en un diario muy importante... el tipo palidece y me desamarra [...]

Ese es el poder de los periodistas CARAJO!!!...

leonina dijo...

es cierto?

Jimmy dijo...

En un 95%

Los fríos números.

leonina dijo...

gracias.

Anónimo dijo...

yo me moría del susto nomás, que me apunten tanto y me digan tanta barbariad :s