jueves, 29 de enero de 2009
ALFILERES EN EL MICRO
Estoy viajando en la 23 desde el centro hacia San Borja cuando sube el enésimo vendedor de penas a convencernos con sus palabras y su arte para que le demos dinero. Éste es un tipo con cara de maleante venido a menos que saca unos alfileres y se los empieza a clavar en el cuerpo mientras nos cuenta que ése es un arte que aprendió en la cárcel. Cuando ya se ha clavado como 8 alfileres y se va incrustar otro en la nariz, de pronto (como es normal) el chofer pisa el freno en seco y todos nos vamos hacia delante, cuando hubo vuelto la calma (y nuestros estómagos a sus lugares) notamos algo que nos llena de asco y horror: al tipo se le ha clavado el alfiler en un ojo y ahora da alaridos quejumbrosos y se llena de sangre la cara mientras nadie atina hacer nada menos yo que trato de fingir que no he visto nada mientras vuelvo la vista sobre mi libro y mis oídos al reproductor pero los gritos del tipo son cada vez más fuertes y no puedo disimular más hasta que un tipo le dice al chofer que se detenga porque hay que auxiliar al pobre personaje pero el chofer no se detiene a pesar de que la protesta ya es generalizada y cuando me voy a sumar al coro de reclamos veo que mi paradero es el siguiente y levantando bien las piernas para no pisarlo (ni mancharme de sangre), aviso que voy a bajar y apenas pongo pies en tierra firme siento que me he sacado un gran peso de encima: por la confusión del accidente no me han cobrado el pasaje.
jueves, 22 de enero de 2009
DESALOJADO
Sandra ha decidido, a manera de expulsar demonios y malas vibras, remodelar su casa o sea que le cambien el piso, pinten y hagan algunas ampliaciones con sus correspondiente reducciones. Todo esto no debería preocuparme o extrañarme en lo más mínimo ya que estoy por demás acostumbrado a sus medidas radicales e impulsivas pero junto con esto decidió mudarse a mi casa (sin siquiera tener la delicadeza de preguntarme) hasta que la suya esté nuevamente habitable.
Los primeros días habían sido agradables, llegar a casa y encontrar alguien que te espera para acompañarte y encima con una comida digna de dioses es algo por demás deseable, pero con el transcurrir del tiempo nuestra relación amical se tornó francamente insostenible. Todo empezó un día que entré a lavarme los dientes y encontré el tubo de pasta dental destapado y, obviamente, la bendita tapita no estaba por ningún lado, cuando fui y le pregunte dónde estaba ella me respondió de lo mas fresca con su sonrisa de dientes recién cepillados "por ahí debe estar". Respuesta que me desesperó pero sacando cordura de donde no la hay opté por callar e ir a dormir.
Obviamente no pude dormir por la cólera y ella que había dormido toda la tarde y ahora estaba insomne puso música a todo volumen mientras chateaba y hablaba por teléfono (cómo diablos puede hablar por teléfono con esa bulla, es algo que nunca sabré). Así que hecho un demonio que no podía dormir me levanté y fui a pedirle por favor que dejara de hacer tanta bulla, claro que con la bulla que había no se dio por enterada. Entonces apagué su lap top y ella, frunciendo el ceño, me dijo:
-¿Qué te pasa?
-Que no puedo dormir.
-¿Y yo qué culpa tengo?
-Toda.
-No jodas, tú que estás más loco que el caballo del Quijote.
-No, la loca eres tú que a las cuatro de la madrugada sigue en una batahola de callejón.
-¿Y?
-¿Cómo que "Y"? deseo dormir y por lo tanto debes apagar todo esa bulla.
-Lo que pasa es que te estás volviendo viejo y aburrido.
Dijo esto y apagó todo. Sintiendo que había recobrado la autoridad sobre mis territorios, volví a mi cuarto, pero la sensación de victoria no me duró mucho, en verdad nada: ahora había encendido la televisión y veía a todo color (y todo volumen) a un chef preparando un exótico potaje que jamás nadie en su sano juicio comería. Como es de esperarse no pude dormir esa noche.
Ella, quizá notando su error, me preparó un exquisito desayuno y luego se fue dormir diciéndome esto:
-Ahora que te vas puedo dormir en paz, no sabes cómo me jode la bulla.
-Dímelo a mi carajo.
Me fui tirando la puerta. Cuando volví por la noche ella estaba fresca y energética, yo traía unas ojeras hasta el piso, entonces, motivado por el cansancio, decidí darme una ducha e irme a la cama sin más trámite. Me duché y cuando cogí mi toalla para sacarme, esta estaba ¡mojada! y si hay algo que odio en esta pútrida vida es justamente eso: encontrar mi toalla mojada, ni siquiera húmeda, no lo soporto. Cuando le reclamé, totalmente calato, por qué diablos mi toalla estaba así, me dijo que no encontró nada para secarse el cabello y usó mi toalla. Entonces no soporté más y le dije que si no se corregía, mañana mismo agarraba sus cosas y se iba a un hotel o a casa de alguna amiga. Ella me miró con ojos al borde del llanto y diciéndome "no jodas" me dio la espalda y se fue (a tirar a la basura la cena que me había preparado).
Me metí a mi cama y justo cuando sentía que encontraba el tan anhelado sueño ella entró, sin tocar ni avisar:
-Discúlpame.
-No se trata de eso, se trata de que corrijas tus hábitos, ésta no es tu casa.
-Lo sé, sólo quiero que me disculpes.
-Es que no pasa por eso.
-¿Me vas a disculpar o no?
-Bueno ya, te disculpo.
-¿Puedo dormir contigo?
-Sólo si prometes no hablar ni dormida.
-Ok.
De un salto elástico (y mal calculado) se metió a mi cama y golpeó mis más intimas partes, lo que me hizo dar un aullido cual fiera herida (y muy posiblemente estéril para el resto de su vida) entonces ella no sabiendo si acariciar, soplar o qué diablos hacer con la parte afectada me miró nerviosa y burlona, a mí -que las lágrimas se me salían- no me quedaban fuerzas siquiera para recriminarla. Me voltée y no sé si me quedé dormido del cansancio o desmayado por el dolor. Cuando me desperté a media madrugada sentí adormecido medio cuerpo y pensé que el golpe había sido más fuerte de lo que pensaba pero al instante descubrí el motivo: se había quedado dormida sobre mí y encima babeado media cara. La desperté –intenté hacerlo en verdad- y ella dio manazos al aire como peleando con un invisible rival, luego gritó y me tiró una bofetada y siguió dormida de lo más plácida y de lo más adormecedora encima mío.
Al día siguiente me levante, cansado y hemipléjico. Ella lo hizo feliz y me pidió dormir juntos todas las noches:
-Debería mudarme contigo.
-¿Estás loca?
-No, pero contigo he dormido como no dormía en años.
-Una noche más que duerma contigo y quedo totalmente paralizado.
-Exagerado.
-Asesina.
Esa noche cuando volví del trabajo la encontré dormida en mi cama justo de una manera en que no me permitía echarme, así que resignado guardé un poco de ropa y unos utensilios de aseo personal en una maleta y fui a casa de mi madre que sorprendida de verme llegar (y en ese ruinoso estado) me preguntó si me ha sucedido algo.
-Nada, sólo que estoy refaccionando mi casa y está en un desorden total.
-¿Te vas a quedar a dormir acá?
-¿Puedo?
-Claro.
-Gracias, madre no hay dos.
Duermo y toda la noche sueño con la vil manera que he sido desalojado de mi casa.
Los primeros días habían sido agradables, llegar a casa y encontrar alguien que te espera para acompañarte y encima con una comida digna de dioses es algo por demás deseable, pero con el transcurrir del tiempo nuestra relación amical se tornó francamente insostenible. Todo empezó un día que entré a lavarme los dientes y encontré el tubo de pasta dental destapado y, obviamente, la bendita tapita no estaba por ningún lado, cuando fui y le pregunte dónde estaba ella me respondió de lo mas fresca con su sonrisa de dientes recién cepillados "por ahí debe estar". Respuesta que me desesperó pero sacando cordura de donde no la hay opté por callar e ir a dormir.
Obviamente no pude dormir por la cólera y ella que había dormido toda la tarde y ahora estaba insomne puso música a todo volumen mientras chateaba y hablaba por teléfono (cómo diablos puede hablar por teléfono con esa bulla, es algo que nunca sabré). Así que hecho un demonio que no podía dormir me levanté y fui a pedirle por favor que dejara de hacer tanta bulla, claro que con la bulla que había no se dio por enterada. Entonces apagué su lap top y ella, frunciendo el ceño, me dijo:
-¿Qué te pasa?
-Que no puedo dormir.
-¿Y yo qué culpa tengo?
-Toda.
-No jodas, tú que estás más loco que el caballo del Quijote.
-No, la loca eres tú que a las cuatro de la madrugada sigue en una batahola de callejón.
-¿Y?
-¿Cómo que "Y"? deseo dormir y por lo tanto debes apagar todo esa bulla.
-Lo que pasa es que te estás volviendo viejo y aburrido.
Dijo esto y apagó todo. Sintiendo que había recobrado la autoridad sobre mis territorios, volví a mi cuarto, pero la sensación de victoria no me duró mucho, en verdad nada: ahora había encendido la televisión y veía a todo color (y todo volumen) a un chef preparando un exótico potaje que jamás nadie en su sano juicio comería. Como es de esperarse no pude dormir esa noche.
Ella, quizá notando su error, me preparó un exquisito desayuno y luego se fue dormir diciéndome esto:
-Ahora que te vas puedo dormir en paz, no sabes cómo me jode la bulla.
-Dímelo a mi carajo.
Me fui tirando la puerta. Cuando volví por la noche ella estaba fresca y energética, yo traía unas ojeras hasta el piso, entonces, motivado por el cansancio, decidí darme una ducha e irme a la cama sin más trámite. Me duché y cuando cogí mi toalla para sacarme, esta estaba ¡mojada! y si hay algo que odio en esta pútrida vida es justamente eso: encontrar mi toalla mojada, ni siquiera húmeda, no lo soporto. Cuando le reclamé, totalmente calato, por qué diablos mi toalla estaba así, me dijo que no encontró nada para secarse el cabello y usó mi toalla. Entonces no soporté más y le dije que si no se corregía, mañana mismo agarraba sus cosas y se iba a un hotel o a casa de alguna amiga. Ella me miró con ojos al borde del llanto y diciéndome "no jodas" me dio la espalda y se fue (a tirar a la basura la cena que me había preparado).
Me metí a mi cama y justo cuando sentía que encontraba el tan anhelado sueño ella entró, sin tocar ni avisar:
-Discúlpame.
-No se trata de eso, se trata de que corrijas tus hábitos, ésta no es tu casa.
-Lo sé, sólo quiero que me disculpes.
-Es que no pasa por eso.
-¿Me vas a disculpar o no?
-Bueno ya, te disculpo.
-¿Puedo dormir contigo?
-Sólo si prometes no hablar ni dormida.
-Ok.
De un salto elástico (y mal calculado) se metió a mi cama y golpeó mis más intimas partes, lo que me hizo dar un aullido cual fiera herida (y muy posiblemente estéril para el resto de su vida) entonces ella no sabiendo si acariciar, soplar o qué diablos hacer con la parte afectada me miró nerviosa y burlona, a mí -que las lágrimas se me salían- no me quedaban fuerzas siquiera para recriminarla. Me voltée y no sé si me quedé dormido del cansancio o desmayado por el dolor. Cuando me desperté a media madrugada sentí adormecido medio cuerpo y pensé que el golpe había sido más fuerte de lo que pensaba pero al instante descubrí el motivo: se había quedado dormida sobre mí y encima babeado media cara. La desperté –intenté hacerlo en verdad- y ella dio manazos al aire como peleando con un invisible rival, luego gritó y me tiró una bofetada y siguió dormida de lo más plácida y de lo más adormecedora encima mío.
Al día siguiente me levante, cansado y hemipléjico. Ella lo hizo feliz y me pidió dormir juntos todas las noches:
-Debería mudarme contigo.
-¿Estás loca?
-No, pero contigo he dormido como no dormía en años.
-Una noche más que duerma contigo y quedo totalmente paralizado.
-Exagerado.
-Asesina.
Esa noche cuando volví del trabajo la encontré dormida en mi cama justo de una manera en que no me permitía echarme, así que resignado guardé un poco de ropa y unos utensilios de aseo personal en una maleta y fui a casa de mi madre que sorprendida de verme llegar (y en ese ruinoso estado) me preguntó si me ha sucedido algo.
-Nada, sólo que estoy refaccionando mi casa y está en un desorden total.
-¿Te vas a quedar a dormir acá?
-¿Puedo?
-Claro.
-Gracias, madre no hay dos.
Duermo y toda la noche sueño con la vil manera que he sido desalojado de mi casa.
jueves, 15 de enero de 2009
VAMPIRA
La madre de un amigo ha sufrido un accidente grave y está internada, él me ha pedido que por favor done sangre, que ya no tiene dinero para seguir comprándola, me ha citado en el Hospital Loayza. Si los hospitales ya son de por si lugares deprimentes, éste le gana a todos: sus paredes grises, sus jardines malformes, su destartalado mobiliario y su antiquísimo instrumental lo hacen desear a uno saltearse ese paso y pasar de frente a la morgue. Cuando me encuentro con mi amigo se deshace en agradecimientos, eso me abruma, ya que la verdad si estoy ahí no es porque mi espíritu solidario me haya ganado (es más, carezco totalmente de uno), por el contrario, yo no quería ir pero la verdad es que no encontré manera de negarme ante el trance que afrontaba.
Luego de los saludos me lleva hacia el lugar donde hay que dar la sangre, me entrega una bolsa de papel que lleva dentro otra bolsa y unas cánulas. Hago una fila, cuando llego ante la encargada, ésta me entrega un formulario que debo llenar previamente. Lo leo y hay una pregunta absurda: si soy homosexual. Decido no responder y se lo entrego con esa respuesta en blanco, cuando lo lee me pregunta por qué no respondí, le digo que me parece una pregunta trasnochada, qué cómo pueden partir de la premisa que por el hecho de ser homosexual se es más promiscuo que un heterosexual, Me mira como diciendo "seguro eres cabro", me dice que si no respondo esa pregunta no puedo donar, luego de refunfuñar termino por responderla. Pongo que no lo soy, pero por dentro pienso que viendo mujeres como ella, ganas de volverme cabro no me faltan.
Luego de hacer otra fila, llego ante un tipo bajo, cetrino, de mirada huidiza, que me pide mi DNI, luego toma mi mano y pasa un algodón con alcohol sobre mi dedo medio, antes que le pregunte qué va hacer ya me pinchó el dedo y me está sacando sangre, sin decirme nada más me pide que espere un rato. Salgo y me pongo a esperar no sé qué. Luego de cinco minutos él mismo tipo me llama y dice que estoy "apto", que espere mi turno. Me pongo (una vez más) a esperar, pero como el lugar está atestado de donantes, algunos con la mirada asustada, otros que se hacen bromas entre ellos para darse valor, me siento abochornado y decido salir a esperar fuera del laboratorio.
Afuera ya es de tarde y el frío se siente con fuerza, sólo hay una banca vieja sobre la que una persona, vestida con un pantalón azul, una chompa verde y una bufanda roja que le cubre la cara, está tan encorvada y tapada que no llego a distinguir si es hombre o mujer. Me siento a su lado procurando no hacer bulla, de rato en rato volteo a mirarla, en una de esas me parece notar que no respira. Pienso que quizá se haya muerto de esperar, así que decido acercarme a escuchar si respira o no, cuando estoy cerca, siento una voz carrasposa:
-¿Me quieres robar?
Por la voz noto que es mujer, no sé cómo disculparme.
-No, sólo es que...
-Pensaste que estaba muerta y te asustaste.
-Sí, esa es la verdad.
-No te preocupes, no eres el primero, además algún día alguien tendrá razón y de verdad me encontraran muerta acá.
Sólo atino a sonreír mientras ella empieza estirarse, se retira la bufanda y el cabello que le cubre la cara y deja ver sus impresionantes ojeras y un aura negra que parece darle un maquillaje de película de terror a su rostro. Se pone de pie y estira las piernas, se despereza y me vuelve a mirar:
-¿Vienes a donar?
-Si, para un amigo.
-Ah, pensé que eras la competencia.
-¿De qué?
-No te me hagas el mocho ahora.
-En serio, no sé de qué me hablas.
-Yo soy una vampira.
Dice esto y mueve sus largas uñas como imitando a los vampiros de las películas. Caigo en cuenta que es una de esas personas que se dedican a vender su sangre en los hospitales. Mientras pienso qué decirle, escucho que me llaman, es mi turno. Entro, sin mucho trámite me piden que me acueste sobre la camilla, una enfermera (¿o doctora?) toma mi brazo, me pregunta:
-¿Es tu primera vez?
-Si.
-Entonces procuraré no ser muy ruda.
-En verdad me gustaría que lo sea.
-¿Eres masoquista?
-Sólo cuando estoy en los hospitales, me dan un no sé qué.
Estira mi brazo, pasa un algodon sobre una vena que se nota claramente.
-Que rica vena tienes.
-Lo mismo le dirá a todos.
Siento la punción, volteo y veo mi sangre que llena rápidamente una bolsa mientras una máquina zumba a mi lado, cuando miro hacia la otra camilla puedo ver a la chica con la que hablé afuera, ella mi mira y vuelve hacer un gesto vampiresco, esta vez con los dientes, yo sólo sonrío, me parece muy graciosa. Cuando termina de llenarse la bolsa me sacan la aguja y me piden que repose un rato. A los cinco minutos me dicen que ya puedo retirarme, ella también se para, mientras espero que me devuelvan mi DNI no puedo evitar mirarla: luce aún más desfalleciente y pálida que cuando la vi afuera, pareciera que si entrara una corriente de aire, ésta la mataría.
Al salir me pide un cigarro, le digo que en el hospital no podemos fumar, me mira como diciendo que soy un idiota, me toma de la mano y me lleva hacia la parte trasera. Hay unas ambulancias viejas, computadoras obsoletas y todo luce oxidado, es algo así como el depósito de los cachivaches del hospital. Le doy un cigarro, se lo enciendo, hago lo mismo con el mío, la miro nuevamente:
-No te preocupes que no me voy a morir.
-Parece.
-Tú pareces muy inocente con esa carita de mosca muerta que te manejas y no te lo creo.
-¿Cada qué tiempo lo haces?
-Cada tres semanas más o menos.
-¿No debería ser cada tres meses?
-Si, pero que voy hacer pues, de esto vivo.
Se terminan los cigarros, hay un silencio incomodo, no sabemos que decir, la verdad es que yo aún quiero hablar con ella.
-¿Vamos a tomar algo para el frío?
Se lo he propuesto casi sin pensar.
-Ya te estabas tardando.
Salimos del hospital, en la calle nos recibe una manada de taxistas, ambulantes, jaladores, putas y demás especimenes. Damos la vuelta y llegamos a un Café, nos sentamos y ella sugiere que pidamos unos jugos especiales.
-Para recuperar fuerzas.
-Que así sea.
Pedimos dos jugos especiales y unos sánguches triples. Ella acomoda su cabello largo y negro, hace un gesto y deja traslucir una belleza especial a pesar de su aspecto moribundo, es como una belleza indómita, rebelde, que se resiste a desaparecer de ese rostro a pesar de tanto jaleo.
-¿Cómo te llamas?
-Llámame Mara.
-Ok Mara.
Espero que pregunte mi nombre, pero no lo hace.
-¿Tienes mucho tiempo en esto de la sangre?
-Casi un año, una vez me pidieron por favor, de ahí me enteré que pagaban y como no consigo trabajo pues con ésto me recurseo mientras tanto.
-¿Mientras tanto?
-Si, voy a donar una vez más y de ahí paro la mano, me recupero y vendo un riñón, ya hasta comprador tengo, con esa plata me voy a Italia a trabajar allá.
-Que buen plan.
-Sí, ya estoy harta de esta vida, me estoy volviendo loca.
-¿Por qué?
-Mira, por ejemplo la vez pasada estaba cortando el pan y se me fue el cuchillo y me corté la mano, me salió un chorro enorme de sangre y en lugar de preocuparme en parar la hemorragia por mi salud, pensaba en cuánto dinero estaba perdiendo ahí, no vi mi sangre como algo que me da vida, si no como dinero, te juro que me sentí mal y así que ahí decidí parar lo más pronto posible.
La miro sin decirle nada, su historia me tiene alelado.
-Parezco loca ¿no?
-Un poco.
-Y eso te arrecha seguro.
-¿Por qué afirmas eso?
-Porque los hombres se arrechan de cualquier huevada.
-Me acojo a la quinta enmienda.
-¿Cuál es esa?
-La que me permite guardar silencio ante las preguntas.
Se ríe de buena gana, vuelve a acomodar su cabello, vuelve a asomar su belleza tan pálida, parece una princesa desastrada pero a la vez bella y envolvente, seductora sin proponérselo.
-¿Tienes teléfono?
-¿Ahora me quieres afanar?
-Si me dejas.
-Lamento decirte que no tengo, además no me busques, yo te encuentro, ya sabes que los vampiros tenemos un don especial.
-Entonces todas las noches sangraré un poco esperando que vengas por mi sangre.
-No me tientes.
-Esa es la idea, tentarte.
-Entonces esfuérzate más.
En eso llega el mesero, entrega la cuenta.
-Yo pago.
-Claro, yo no iba pagar, para eso dios te hizo hombre, para pagar las cuentas.
Cancelo, le digo que voy al baño. Cuando vuelvo ya no está, sobre la mesa hay una nota escrita en una servilleta: "Gracias, me voy a mi castillo, yo te busco Jaime, una mordida. Mara". Sabía mi nombre, eso me emociona un poco, salgo del Café, tomo un taxi, vuelvo a ver la servilleta, curiosamente está escrita con tinta roja. Suena mi celular, es mi amigo, maldigo, recuerdo que salí sin despedirme, mi dedo sangra, la ciudad también.
Luego de los saludos me lleva hacia el lugar donde hay que dar la sangre, me entrega una bolsa de papel que lleva dentro otra bolsa y unas cánulas. Hago una fila, cuando llego ante la encargada, ésta me entrega un formulario que debo llenar previamente. Lo leo y hay una pregunta absurda: si soy homosexual. Decido no responder y se lo entrego con esa respuesta en blanco, cuando lo lee me pregunta por qué no respondí, le digo que me parece una pregunta trasnochada, qué cómo pueden partir de la premisa que por el hecho de ser homosexual se es más promiscuo que un heterosexual, Me mira como diciendo "seguro eres cabro", me dice que si no respondo esa pregunta no puedo donar, luego de refunfuñar termino por responderla. Pongo que no lo soy, pero por dentro pienso que viendo mujeres como ella, ganas de volverme cabro no me faltan.
Luego de hacer otra fila, llego ante un tipo bajo, cetrino, de mirada huidiza, que me pide mi DNI, luego toma mi mano y pasa un algodón con alcohol sobre mi dedo medio, antes que le pregunte qué va hacer ya me pinchó el dedo y me está sacando sangre, sin decirme nada más me pide que espere un rato. Salgo y me pongo a esperar no sé qué. Luego de cinco minutos él mismo tipo me llama y dice que estoy "apto", que espere mi turno. Me pongo (una vez más) a esperar, pero como el lugar está atestado de donantes, algunos con la mirada asustada, otros que se hacen bromas entre ellos para darse valor, me siento abochornado y decido salir a esperar fuera del laboratorio.
Afuera ya es de tarde y el frío se siente con fuerza, sólo hay una banca vieja sobre la que una persona, vestida con un pantalón azul, una chompa verde y una bufanda roja que le cubre la cara, está tan encorvada y tapada que no llego a distinguir si es hombre o mujer. Me siento a su lado procurando no hacer bulla, de rato en rato volteo a mirarla, en una de esas me parece notar que no respira. Pienso que quizá se haya muerto de esperar, así que decido acercarme a escuchar si respira o no, cuando estoy cerca, siento una voz carrasposa:
-¿Me quieres robar?
Por la voz noto que es mujer, no sé cómo disculparme.
-No, sólo es que...
-Pensaste que estaba muerta y te asustaste.
-Sí, esa es la verdad.
-No te preocupes, no eres el primero, además algún día alguien tendrá razón y de verdad me encontraran muerta acá.
Sólo atino a sonreír mientras ella empieza estirarse, se retira la bufanda y el cabello que le cubre la cara y deja ver sus impresionantes ojeras y un aura negra que parece darle un maquillaje de película de terror a su rostro. Se pone de pie y estira las piernas, se despereza y me vuelve a mirar:
-¿Vienes a donar?
-Si, para un amigo.
-Ah, pensé que eras la competencia.
-¿De qué?
-No te me hagas el mocho ahora.
-En serio, no sé de qué me hablas.
-Yo soy una vampira.
Dice esto y mueve sus largas uñas como imitando a los vampiros de las películas. Caigo en cuenta que es una de esas personas que se dedican a vender su sangre en los hospitales. Mientras pienso qué decirle, escucho que me llaman, es mi turno. Entro, sin mucho trámite me piden que me acueste sobre la camilla, una enfermera (¿o doctora?) toma mi brazo, me pregunta:
-¿Es tu primera vez?
-Si.
-Entonces procuraré no ser muy ruda.
-En verdad me gustaría que lo sea.
-¿Eres masoquista?
-Sólo cuando estoy en los hospitales, me dan un no sé qué.
Estira mi brazo, pasa un algodon sobre una vena que se nota claramente.
-Que rica vena tienes.
-Lo mismo le dirá a todos.
Siento la punción, volteo y veo mi sangre que llena rápidamente una bolsa mientras una máquina zumba a mi lado, cuando miro hacia la otra camilla puedo ver a la chica con la que hablé afuera, ella mi mira y vuelve hacer un gesto vampiresco, esta vez con los dientes, yo sólo sonrío, me parece muy graciosa. Cuando termina de llenarse la bolsa me sacan la aguja y me piden que repose un rato. A los cinco minutos me dicen que ya puedo retirarme, ella también se para, mientras espero que me devuelvan mi DNI no puedo evitar mirarla: luce aún más desfalleciente y pálida que cuando la vi afuera, pareciera que si entrara una corriente de aire, ésta la mataría.
Al salir me pide un cigarro, le digo que en el hospital no podemos fumar, me mira como diciendo que soy un idiota, me toma de la mano y me lleva hacia la parte trasera. Hay unas ambulancias viejas, computadoras obsoletas y todo luce oxidado, es algo así como el depósito de los cachivaches del hospital. Le doy un cigarro, se lo enciendo, hago lo mismo con el mío, la miro nuevamente:
-No te preocupes que no me voy a morir.
-Parece.
-Tú pareces muy inocente con esa carita de mosca muerta que te manejas y no te lo creo.
-¿Cada qué tiempo lo haces?
-Cada tres semanas más o menos.
-¿No debería ser cada tres meses?
-Si, pero que voy hacer pues, de esto vivo.
Se terminan los cigarros, hay un silencio incomodo, no sabemos que decir, la verdad es que yo aún quiero hablar con ella.
-¿Vamos a tomar algo para el frío?
Se lo he propuesto casi sin pensar.
-Ya te estabas tardando.
Salimos del hospital, en la calle nos recibe una manada de taxistas, ambulantes, jaladores, putas y demás especimenes. Damos la vuelta y llegamos a un Café, nos sentamos y ella sugiere que pidamos unos jugos especiales.
-Para recuperar fuerzas.
-Que así sea.
Pedimos dos jugos especiales y unos sánguches triples. Ella acomoda su cabello largo y negro, hace un gesto y deja traslucir una belleza especial a pesar de su aspecto moribundo, es como una belleza indómita, rebelde, que se resiste a desaparecer de ese rostro a pesar de tanto jaleo.
-¿Cómo te llamas?
-Llámame Mara.
-Ok Mara.
Espero que pregunte mi nombre, pero no lo hace.
-¿Tienes mucho tiempo en esto de la sangre?
-Casi un año, una vez me pidieron por favor, de ahí me enteré que pagaban y como no consigo trabajo pues con ésto me recurseo mientras tanto.
-¿Mientras tanto?
-Si, voy a donar una vez más y de ahí paro la mano, me recupero y vendo un riñón, ya hasta comprador tengo, con esa plata me voy a Italia a trabajar allá.
-Que buen plan.
-Sí, ya estoy harta de esta vida, me estoy volviendo loca.
-¿Por qué?
-Mira, por ejemplo la vez pasada estaba cortando el pan y se me fue el cuchillo y me corté la mano, me salió un chorro enorme de sangre y en lugar de preocuparme en parar la hemorragia por mi salud, pensaba en cuánto dinero estaba perdiendo ahí, no vi mi sangre como algo que me da vida, si no como dinero, te juro que me sentí mal y así que ahí decidí parar lo más pronto posible.
La miro sin decirle nada, su historia me tiene alelado.
-Parezco loca ¿no?
-Un poco.
-Y eso te arrecha seguro.
-¿Por qué afirmas eso?
-Porque los hombres se arrechan de cualquier huevada.
-Me acojo a la quinta enmienda.
-¿Cuál es esa?
-La que me permite guardar silencio ante las preguntas.
Se ríe de buena gana, vuelve a acomodar su cabello, vuelve a asomar su belleza tan pálida, parece una princesa desastrada pero a la vez bella y envolvente, seductora sin proponérselo.
-¿Tienes teléfono?
-¿Ahora me quieres afanar?
-Si me dejas.
-Lamento decirte que no tengo, además no me busques, yo te encuentro, ya sabes que los vampiros tenemos un don especial.
-Entonces todas las noches sangraré un poco esperando que vengas por mi sangre.
-No me tientes.
-Esa es la idea, tentarte.
-Entonces esfuérzate más.
En eso llega el mesero, entrega la cuenta.
-Yo pago.
-Claro, yo no iba pagar, para eso dios te hizo hombre, para pagar las cuentas.
Cancelo, le digo que voy al baño. Cuando vuelvo ya no está, sobre la mesa hay una nota escrita en una servilleta: "Gracias, me voy a mi castillo, yo te busco Jaime, una mordida. Mara". Sabía mi nombre, eso me emociona un poco, salgo del Café, tomo un taxi, vuelvo a ver la servilleta, curiosamente está escrita con tinta roja. Suena mi celular, es mi amigo, maldigo, recuerdo que salí sin despedirme, mi dedo sangra, la ciudad también.
jueves, 8 de enero de 2009
DETENIDO
-Te buscan.
-¿Quién?
-Ricardo.
-¿Qué quiere?
-Que lo ayudes hacer un trabajo.
-Dile que ahí voy.
Mi tío me acaba de pasar la voz de un amigo que me busca, así que me alisto para salir. Cuando estoy alcanzando la puerta de la quinta donde vivo veo que entra un tipo corriendo con un revolver en la mano lo cual me detiene y me deja pensando en qué debo hacer pero en ese momento siento un golpe en la espalda que me tumba al piso. Cuando levanto la mirada lo primero que encuentro es el cañón de un fusil apuntándome directo a la cara y un tipo que me amenaza.
-No voltees porque te mato conchatumadre.
-¿Qué pasa?
-Tampoco hables carajo.
Ahora siento que alguien cae a mi lado, al voltear veo que es mi amigo Ricardo que me pide calma, que no pasa nada. Mientras él me habla el tipo que me apuntaba me ha sacado los pasadores de las zapatillas y me ha amarrado de manos y pies. De manera brusca me pone de pie y hace caminar a empujones a pesar que no lo puedo hacer bien por estar atado. Al llegar a la calle veo una camioneta estacionada y me dicen que suba, yo les digo que no puedo, entonces uno de ellos me toma por la cintura y el cabello, me levanta y tira de cara dentro de la tolva de la camioneta y a mí lado cae (una vez más) mi amigo.
Ni bien avanza la camioneta alzo la cabeza para que alguien de la calle que me conoce me vea y le avise a mi familia lo sucedido pero inmediatamente me pisan la cabeza y me advierten que no me mueva ni haga nada. Cuando han transcurrido unos cinco minutos escucho que hablan por una radio y aunque la estática me impide oír claramente lo que dicen al menos logro entender algo detrás de esas metálicas voces:
-Ya los tenemos capitán.
-¿Todo bien?
-Perfecto.
Entonces decido preguntar dónde vamos.
-Te vamos a llevar a la playa a matarte conchatumadre.
Esa amenaza me paraliza de miedo (todo esto me ha sucede en Barrios Altos, donde dos años antes un comando paramilitar asesinó cruelmente a unos individuos en una fiesta) entonces sólo agacho la cabeza y me resigno –increíblemente- a morir lleno de balas en una alejada playa limeña. Pero no es así, de pronto el carro se detiene y me bajan en medio de la calle y me obligan a caminar hacia un edificio que no tardo en reconocer como un local policial que sale en las noticias algunas veces. Mientras camino amarrado y cogido del cogote por un policía escucho los murmullos (idiotas) de la gente a mi alrededor. Que pena, tan joven y robando, tan blanquito y es un delincuente, qué habrán hecho, ojalá se pudran en la cárcel. Yo sólo pienso en llamar a mis padres y pedirles me rescaten.
Apenas doy unos pasos dentro del edificio y veo un policía sentado detrás de una máquina de escribir, entonces me libro del tipo que me tiene tomado y voy hacia él, le digo que me ayude.
-¿Qué te pasa?
-No sé por qué me han traído acá.
-Algo habrás hecho.
-Yo sólo salía de mi casa y estos tipos me detuvieron, apenas tengo dieciocho años (le muestro mi recién estrenada libreta electoral)
El tipo parece intuir cierto error y se alarma. Se pone de píe y habla con los que me han traído pero ellos se ríen y no le prestan mucha atención y me llevan a una sala enorme, llena de policías sentados leyendo o dormitando, a ninguno parece llamarle la atención nuestra presencia. Ahora entran dos tipos enmarrocados a los cuales reconozco como unos delincuentes que viven en el mismo barrio que yo y uno de los policías me dice que ya nos jodimos, que ya cayó toda la banda. Entonces me doy cuenta que han caído en un error: me han detenido por equivocación y aunque trato de explicárselo no me hacen caso.
Sentado en un rincón junto a mi amigo han trascurrido unos quince minutos cuando de pronto unos gritos de dolor nos alarman y asustan. Entonces entra un policía y me jala a la fuerza hacía unas cortinas enormes, al pasar éstas me doy a cara con una escena digna de una pela de polis malos: uno de los tipos que reconocí hace un rato yace colgado de unas sogas que lo suben y bajan hasta hundirlo en el fondo de un barril lleno de agua. El policía me dice que es mi turno y yo ya quiero llorar. Le explico nuevamente que es un error y al ver el terror en mi rostro parece pensar (cosa imposible en un policía, aún no encuentro uno que piense) que se equivocaron, así que me saca de ahí y pide le explique bien. Eso hago y le digo que mi papá es periodista y trabaja en un diario muy importante. Al oír ese detalle el tipo palidece y me desamarra, me lleva hasta un teléfono para que pueda hacer una llamada, la misma que hago a mis padres que no se han enterado de nada aún.
Luego de la llamada me han llevado a otra sala donde me invitan gaseosa y galletas mientras se deshacen en disculpas. Al rato llega mi padre secundado de un grupo de abogados que amenazan con mil demandas mientras un oficial le pide hablar en privado. Luego de cinco minutos regresan ambos y el oficial me pide disculpas y me dice que los policías serán sancionados por sus errores y si hay algo más que pueda hacer por mí, entonces me pregunto si es que aparte de asustarme y joderme, han hecho algo por mí. Le digo que no, que sólo quiero irme. Se vuelve a disculpar y me pregunta si mi amigo se va quedar, le digo que no y me lo llevo abrazado, él sólo sonríe y me dice que ya pasó todo.
-¿Quién?
-Ricardo.
-¿Qué quiere?
-Que lo ayudes hacer un trabajo.
-Dile que ahí voy.
Mi tío me acaba de pasar la voz de un amigo que me busca, así que me alisto para salir. Cuando estoy alcanzando la puerta de la quinta donde vivo veo que entra un tipo corriendo con un revolver en la mano lo cual me detiene y me deja pensando en qué debo hacer pero en ese momento siento un golpe en la espalda que me tumba al piso. Cuando levanto la mirada lo primero que encuentro es el cañón de un fusil apuntándome directo a la cara y un tipo que me amenaza.
-No voltees porque te mato conchatumadre.
-¿Qué pasa?
-Tampoco hables carajo.
Ahora siento que alguien cae a mi lado, al voltear veo que es mi amigo Ricardo que me pide calma, que no pasa nada. Mientras él me habla el tipo que me apuntaba me ha sacado los pasadores de las zapatillas y me ha amarrado de manos y pies. De manera brusca me pone de pie y hace caminar a empujones a pesar que no lo puedo hacer bien por estar atado. Al llegar a la calle veo una camioneta estacionada y me dicen que suba, yo les digo que no puedo, entonces uno de ellos me toma por la cintura y el cabello, me levanta y tira de cara dentro de la tolva de la camioneta y a mí lado cae (una vez más) mi amigo.
Ni bien avanza la camioneta alzo la cabeza para que alguien de la calle que me conoce me vea y le avise a mi familia lo sucedido pero inmediatamente me pisan la cabeza y me advierten que no me mueva ni haga nada. Cuando han transcurrido unos cinco minutos escucho que hablan por una radio y aunque la estática me impide oír claramente lo que dicen al menos logro entender algo detrás de esas metálicas voces:
-Ya los tenemos capitán.
-¿Todo bien?
-Perfecto.
Entonces decido preguntar dónde vamos.
-Te vamos a llevar a la playa a matarte conchatumadre.
Esa amenaza me paraliza de miedo (todo esto me ha sucede en Barrios Altos, donde dos años antes un comando paramilitar asesinó cruelmente a unos individuos en una fiesta) entonces sólo agacho la cabeza y me resigno –increíblemente- a morir lleno de balas en una alejada playa limeña. Pero no es así, de pronto el carro se detiene y me bajan en medio de la calle y me obligan a caminar hacia un edificio que no tardo en reconocer como un local policial que sale en las noticias algunas veces. Mientras camino amarrado y cogido del cogote por un policía escucho los murmullos (idiotas) de la gente a mi alrededor. Que pena, tan joven y robando, tan blanquito y es un delincuente, qué habrán hecho, ojalá se pudran en la cárcel. Yo sólo pienso en llamar a mis padres y pedirles me rescaten.
Apenas doy unos pasos dentro del edificio y veo un policía sentado detrás de una máquina de escribir, entonces me libro del tipo que me tiene tomado y voy hacia él, le digo que me ayude.
-¿Qué te pasa?
-No sé por qué me han traído acá.
-Algo habrás hecho.
-Yo sólo salía de mi casa y estos tipos me detuvieron, apenas tengo dieciocho años (le muestro mi recién estrenada libreta electoral)
El tipo parece intuir cierto error y se alarma. Se pone de píe y habla con los que me han traído pero ellos se ríen y no le prestan mucha atención y me llevan a una sala enorme, llena de policías sentados leyendo o dormitando, a ninguno parece llamarle la atención nuestra presencia. Ahora entran dos tipos enmarrocados a los cuales reconozco como unos delincuentes que viven en el mismo barrio que yo y uno de los policías me dice que ya nos jodimos, que ya cayó toda la banda. Entonces me doy cuenta que han caído en un error: me han detenido por equivocación y aunque trato de explicárselo no me hacen caso.
Sentado en un rincón junto a mi amigo han trascurrido unos quince minutos cuando de pronto unos gritos de dolor nos alarman y asustan. Entonces entra un policía y me jala a la fuerza hacía unas cortinas enormes, al pasar éstas me doy a cara con una escena digna de una pela de polis malos: uno de los tipos que reconocí hace un rato yace colgado de unas sogas que lo suben y bajan hasta hundirlo en el fondo de un barril lleno de agua. El policía me dice que es mi turno y yo ya quiero llorar. Le explico nuevamente que es un error y al ver el terror en mi rostro parece pensar (cosa imposible en un policía, aún no encuentro uno que piense) que se equivocaron, así que me saca de ahí y pide le explique bien. Eso hago y le digo que mi papá es periodista y trabaja en un diario muy importante. Al oír ese detalle el tipo palidece y me desamarra, me lleva hasta un teléfono para que pueda hacer una llamada, la misma que hago a mis padres que no se han enterado de nada aún.
Luego de la llamada me han llevado a otra sala donde me invitan gaseosa y galletas mientras se deshacen en disculpas. Al rato llega mi padre secundado de un grupo de abogados que amenazan con mil demandas mientras un oficial le pide hablar en privado. Luego de cinco minutos regresan ambos y el oficial me pide disculpas y me dice que los policías serán sancionados por sus errores y si hay algo más que pueda hacer por mí, entonces me pregunto si es que aparte de asustarme y joderme, han hecho algo por mí. Le digo que no, que sólo quiero irme. Se vuelve a disculpar y me pregunta si mi amigo se va quedar, le digo que no y me lo llevo abrazado, él sólo sonríe y me dice que ya pasó todo.
jueves, 1 de enero de 2009
DESTRUCCION
Son las siete de la mañana, los sonidos de combas, picos y lampas me han despertado (valga la redundancia) de golpe. No sé qué diablos pasa, de pronto parece que están construyendo un edificio en medio de mi sala, así que alarmado salgo a ver qué pasa, pero mi sala está intacta, ni un rasguño. Cuando caigo en cuenta que los golpes son en casa de mi vecina, decido ir a quejarme por semejante agresión a mi preciado sueño. Toco su puerta y ella alarmada por mi calamitoso estado (mis ojos rojos por falta de sueño hacen perfecto juego con mi torva y feroz mirada, además que sólo traigo puesto una sandalia y el otro pie descalzo) me explica con su tono de voz tan seductor (no puedo negar que ella tiene cierto duende que la hace tan encantadora) que están haciendo unas pequeñas remodelaciones que incluyen todo el servicio de agua y desagüe. Encima me pide (en verdad me lo impone, pero tiene una voz tan sexy que uno ni cuenta) por favor ampliar los trabajos desde mi casa, para que así no vuelva a "colapsar el sistema" claro que yo no puedo negarme y acepto, así que a los cinco minutos ya tengo a tres obreros con aliento alcohólico haciendo añicos el piso de la cocina, les he preguntado cuánto tiempo tardaran, me han dicho que no más de una hora primo.
Claro que ha pasado más de una hora y los tres borrachozos obreros no han hecho sino romper indiscriminadamente y sin ningún sustento técnico el piso. Cuando llega el mediodía y mis nervios están a punto de estallar. me dicen que es hora del refrigerio y me quedan mirando, yo no tengo ni idea, hasta que uno de ellos me pide pal menú pe varón. Obviamente yo no quiero darles ni medio sol pero lo pienso bien y no vaya ser que estos tres resulten de la facción radical de construcción civil y en un dos por tres me tumben el kiosco sin más ni más, así que le entrego unos billetes con la advertencia que vuelvan rápido, me dicen que si. Lo que ahora sé es que antes debí definir "rápido" o comparar conceptos. Regresaron a las dos horas, se sentaron a fumar, eructaron e incluso uno tuvo el atrevimiento de cagar en mi baño, luego hicieron la finta de romper un poco, escarbar algo y cinco en punto, como si tuvieran un reloj en el culo, salieron disparados diciendo que la jornada había terminado y que mañana no vendrían a trabajar, ya que ellos estaban afiliados al sindicato de cons(des)trucción civil e iban acatar la huelga acordada y que estaban de acuerdo en cada uno de los puntos establecidos en su plataforma de lucha y que pobre de mí que contrate algún "amarillo" para que completen el trabajo y así, gritando proclamas a la reivindicación laboral, la justicia social y a Marx, se fueron de mí casa.
Volvieron a los tres días (un sábado) con cara de no haber participado en ninguna huelga sino más bien de haber estado internados en algún prostíbulo-chingana de mala muerte todo el tiempo. Se cambiaron (podía jurar que la ropa de trabajo estaba más limpia que la de diario) y en lugar de retomar el trabajo se echaron a dormir la resaca de lo más frescos, pidiéndome incluso que al salir cierre la puerta porque hace frío pe causa. Se levantaron a la una en punto de la tarde, se limpiaron las legañas y me pidieron que les pague "su semana", yo a esa hora ya estaba odiando profundamente a mi vecina y su seductora voz, así que cogí una de sus lampas y blandiéndola de forma amenazante les dije que tenían media hora para arreglarme el piso y largarse por donde vinieron, ellos al parecer no me creyeron y se lanzaron risitas burlonas entre si, dieron media vuelta y amagaron con marcharse, pero fue el brutal crujido de un hueso roto de su compañero por un certero lampazo el que los hizo desistir de su plan y aterrados ante mi repentina locura empezaron a trabajar de manera frenética pero para sorpresa suya les ordené que en lugar de tapar el hueco lo ampliaran más. Ellos sin saber por qué y meados del miedo me hicieron caso sin chistar. Cuando el hueco era lo suficientemente profundo les ordené meter en él a su ahora desmayado y fracturado compañero, ellos se miraban incrédulos pero ante mi amenaza de romperles un hueso a ellos, terminaron metiéndolo en el hueco, justo cuando estaban agachados dentro del hueco de otros dos certeros golpes desmayé a ambos, procedí a enterrarlos rápidamente, coger cemento, arena y hacer una mezcla para tapar el piso, pulirlo y dejarlo mejor que antes (mejor de lo que hubieran hecho ellos)
Por la noche mi vecina toca la puerta para preguntarme cómo estuvo el trabajo de los obreros, le digo que perfecto, la invito a pasar y verlo, ella queda admirada y me dice que al final salí ganando, pero que se extrañaba que los obreros no hayan vuelto a su casa para cobrarle, le digo que no se preocupe, que yo les pagué incluso de más por tan buen trabajo, ella me dice que soy un encanto, me da un beso en la mejilla y se va dando saltitos como una niñita. Yo me siento un chico malo que ahora duerme con tres muertos en la cocina.
Claro que ha pasado más de una hora y los tres borrachozos obreros no han hecho sino romper indiscriminadamente y sin ningún sustento técnico el piso. Cuando llega el mediodía y mis nervios están a punto de estallar. me dicen que es hora del refrigerio y me quedan mirando, yo no tengo ni idea, hasta que uno de ellos me pide pal menú pe varón. Obviamente yo no quiero darles ni medio sol pero lo pienso bien y no vaya ser que estos tres resulten de la facción radical de construcción civil y en un dos por tres me tumben el kiosco sin más ni más, así que le entrego unos billetes con la advertencia que vuelvan rápido, me dicen que si. Lo que ahora sé es que antes debí definir "rápido" o comparar conceptos. Regresaron a las dos horas, se sentaron a fumar, eructaron e incluso uno tuvo el atrevimiento de cagar en mi baño, luego hicieron la finta de romper un poco, escarbar algo y cinco en punto, como si tuvieran un reloj en el culo, salieron disparados diciendo que la jornada había terminado y que mañana no vendrían a trabajar, ya que ellos estaban afiliados al sindicato de cons(des)trucción civil e iban acatar la huelga acordada y que estaban de acuerdo en cada uno de los puntos establecidos en su plataforma de lucha y que pobre de mí que contrate algún "amarillo" para que completen el trabajo y así, gritando proclamas a la reivindicación laboral, la justicia social y a Marx, se fueron de mí casa.
Volvieron a los tres días (un sábado) con cara de no haber participado en ninguna huelga sino más bien de haber estado internados en algún prostíbulo-chingana de mala muerte todo el tiempo. Se cambiaron (podía jurar que la ropa de trabajo estaba más limpia que la de diario) y en lugar de retomar el trabajo se echaron a dormir la resaca de lo más frescos, pidiéndome incluso que al salir cierre la puerta porque hace frío pe causa. Se levantaron a la una en punto de la tarde, se limpiaron las legañas y me pidieron que les pague "su semana", yo a esa hora ya estaba odiando profundamente a mi vecina y su seductora voz, así que cogí una de sus lampas y blandiéndola de forma amenazante les dije que tenían media hora para arreglarme el piso y largarse por donde vinieron, ellos al parecer no me creyeron y se lanzaron risitas burlonas entre si, dieron media vuelta y amagaron con marcharse, pero fue el brutal crujido de un hueso roto de su compañero por un certero lampazo el que los hizo desistir de su plan y aterrados ante mi repentina locura empezaron a trabajar de manera frenética pero para sorpresa suya les ordené que en lugar de tapar el hueco lo ampliaran más. Ellos sin saber por qué y meados del miedo me hicieron caso sin chistar. Cuando el hueco era lo suficientemente profundo les ordené meter en él a su ahora desmayado y fracturado compañero, ellos se miraban incrédulos pero ante mi amenaza de romperles un hueso a ellos, terminaron metiéndolo en el hueco, justo cuando estaban agachados dentro del hueco de otros dos certeros golpes desmayé a ambos, procedí a enterrarlos rápidamente, coger cemento, arena y hacer una mezcla para tapar el piso, pulirlo y dejarlo mejor que antes (mejor de lo que hubieran hecho ellos)
Por la noche mi vecina toca la puerta para preguntarme cómo estuvo el trabajo de los obreros, le digo que perfecto, la invito a pasar y verlo, ella queda admirada y me dice que al final salí ganando, pero que se extrañaba que los obreros no hayan vuelto a su casa para cobrarle, le digo que no se preocupe, que yo les pagué incluso de más por tan buen trabajo, ella me dice que soy un encanto, me da un beso en la mejilla y se va dando saltitos como una niñita. Yo me siento un chico malo que ahora duerme con tres muertos en la cocina.
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