miércoles, 28 de mayo de 2008

SANTO SUDARIO

Llegué cuando el partido ya había comenzado, confieso que dude mucho en ir. Lo primero que hice fue comprobar si te habías animado a asistir a esa ultima pichanga con tus amigas u optaste por esperar en tu casa para luego ir al aeropuerto (Esa noche salía tu vuelo de regreso a Montreal). Tuve la certeza de tu presencia al ver en el estacionamiento el auto de tu hermana: Ahí estaba ese flamante Susuki Swift con lunas polarizadas.

Me acomodé en el sector más lejano al campo, me "escondí" tras mis lentes oscuros y un gorro. Me puse a observarte a tí y no el partido que disputabas. Mientras te miraba pensaba que hace apenas dos días te había conocido en persona (llevábamos casi un año hablando vía chat) y sólo habíamos hechos dos cosas: Tener sexo de todas las maneras (im)posibles y pelear destempladamente la noche anterior: Te había dicho que no podía quedarme a dormir contigo, tú dijiste que no te quería y que sólo deseaba pasar el rato contigo. Me echaste de tu casa insultándome: "Eres un inmaduro de mierda, vives pensando en que la lotería te va arreglar la vida".

No fue sino el sonido del silbato del árbitro que dio por concluido el encuentro lo que me sacó de ese pensamiento. Te abrazaste con tus amigas, esos cariños no sólo eran por el triunfo que habían logrado (luego me contarías que habías anotado el gol decisivo) si no porque sabían que no se volverían a ver en muchos años más. Luego cuando te retirabas hacia los vestidores me acerqué a ti:

-Hola "F" ¿cómo estás?

Volteaste y al reconocerme te sorprendiste.

-Hola, no pensé que vendrías.
-Cómo no iba venir, no me podía perder esta exhibición de buen fútbol.
-Jajajajaja, en verdad me has sorprendido loco.
-No estaba tan seguro de venir luego de lo de anoche.
-Olvídalo, ya sabes, soy medio loca a veces.
-¿A veces?
-Ya no empieces, ¿Me esperas? me ducho y salgo.
-Claro, sería bueno conversar.

No había terminado de sentarme cuando apareciste nuevamente frente a mí:

-¿Qué pasó?
-No hay agua en las duchas.
-No jodas ¿Y ahora?
-Me iré así nomás a mi casa.
-No queda otra.
-Vamos.

Nos subimos al auto, pusiste "Smoke Gets In Your Eyes" una vieja canción de "The Platters" que te gustaba mucho, me miraste y sonreíste, sabía que a través de ese gesto dabas por olvidada la pelea de ayer. Yo correspondí tu sonrisa besando tu nariz:

-No me beses que he sudado.
-Así me gusta besarte mas.
-¿En serio?
-Claro, sabes que sí, ya te lo había dicho.
-¿Y te había dicho que estás loco?
-Si, y yo te había dicho que si, pero que esta locura es sólo por ti.
-Te voy extrañar.
-Yo también a ti, ojalá pudiéramos cambiar las cosas para así poder quedarnos juntos.
-Ambos sabemos que no es así.
-Eso es lo mas triste, ojalá se arreglen mis papeles rápidos y pueda viajar para estar contigo
(Durante esos dos días juntos habíamos hecho planes para arreglar mi visa y poder viajar Montreal).

Íbamos hablando de distintas cosas, me contabas de tu álgido encuentro con tu padre -un Pastor evangélico amante de la Biblia y las chicas jóvenes- me dijiste que te molestó que sólo te pidiera dinero y ni siquiera se interesara por preguntarte cómo te iba en tus estudios o el trabajo. Yo te escuche atentamente. Luego te empecé a molestar con el uniforme que te habías puesto para jugar esa tarde: Un short azul apretadísimo y una camiseta de la "U" que yo te había regalado con la intención de molestarte (eres una sufrida hincha aliancista) y que usaste de puro amor por mí. Toqué tu pierna, intente besarte, sacaste la cara, reíste.

-No seas loco, vamos a chocar.
-No me aloques.


De pronto giraste el timón a la derecha, estacionaste en una calle sin salida, te montaste encima de mí y empezaste a besarme.

-Me encantas, alcancé a decir mientras pasaba mi lengua por tu cuello.
-Me vuelves loca chico.

Con una audacia que el mismo David Copperfield envidiaría, te saqué la ropa, pude probar el sabor salado de tu sudor, el contacto de tu cuerpo meloso me excitó aun más. Introduje mi sexo en tí, gemiste, me abrazaste más fuerte, mordiste mi boca hasta sangrar:

-Pégame, gritaste.
-No
-Pégame mierda.
-Pídemelo bien.
-Pégame maldito,
suplicaste.

Te tiré una cachetada, jalé tu cabello, abrí tu boca y escupí en ella.

-Me encanta tu saliva.
-Me encanta tu olor, tu sabor, tu sudor.
-Soy tu perra, sólo tuya mierda.

Luego empezaste a cabalgarme mas rápido, como tratando de huir de algo: era obvio que huías de tu orgasmo, tratabas de ir mas rápido que el para que no te alcance, pero no pudiste más, tu orgasmo te (nos) alcanzo y te hirió de muerte, caíste rendida sobre el asiento del piloto. Te volví a besar. Alguien tocó la luna del auto, bajaste el vidrio, era un policía.

-Mierda.
-¿Qué desea Jefe?
Preguntaste con una sonrisa burlona mientras el policía no podía evitar tus tetas descubiertas luego de ese lúbrico encuentro.
-Están estacionados en un lugar prohibido y por lo que veo están cometiendo actos reñidos con la moral.
-¿En serio Jefe?
Preguntaste, más burlona aun.
-¿Me está tomando por tonto señorita? Hágame el favor de cubrirse y muéstreme su licencia de conducir.

Luego el policía me miró y no pudo evitar hacer un gesto de sorpresa ante mi aparatosa apariencia: Traía el pantalón abajo, los labios sangrando y el pecho lleno de tus mordidas.

-Perdón jefe, pero mire que vamos retrasados, el vuelo de ella parte en una hora, así que no sé si sería factible que terminaros este asunto acá nomás.

Al terminar de decir eso le alcancé un billete de veinte soles. El tipo lo miró, en sus ojos había tanta lujuria como cuando miró el cuerpo desnudo de "F".

-Bueno, que sea por esta última vez, a la próxima....

No terminó de hablar y encendiste el auto, saliste disparada, manejaste desnuda hasta tu casa, yo celebré aquella audacia.

Al entrar fuiste a bañarte, me pediste que suba tus cosas que quedaban en el auto. Mientras esperaba que salieras revisé lo que traje del auto: Tu cartera, un celular, la camiseta de la "U" y tu short azul. Sentí una repentina tentación: Robar tu short. Apenas dudé y el short ya estaba dentro de mi mochila.

Saliste sólo cubierta por una toalla, te cambiaste rápidamente, pregunté si dejarías todo así tirado, dijiste que si, que mañana vendría tu hermana con su empleada para ordenar y lavar todo. Pedimos pizza, bebimos un vino. Al rato llegó el taxi que te llevaría al aeropuerto, me habías pedido que no te acompañara, que detestabas las despedidas. Yo había insistido, pero te mantuviste firme. Me abrazaste y besaste, nos juramos un pronto reencuentro.

Regresé a mi casa, la tristeza me mataba, me dolías tú en el cuerpo. Me eché en mi cama, abrí mi mochila, ahí estaba tu short, lo saqué, lo mire -y admire- cual trofeo de guerra. Lo pegue a mi cara, lo olí, ahí estabas tú, tu sudor, tu olor. Lo abracé, me encogí como un niño y dormí aferrado a mi Santo Sudario.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Excitante la historia ;)