jueves, 28 de agosto de 2008

NAVIDAD EN ENERO

Acaban de pasar las celebraciones de fin de año, mi madre ha decidido salir a pasear por el Centro de Lima con mi hermano y yo. Ambos llevamos algunos de los regalos que nos dieron en Navidad: Él trae encima un sombrero de vaquero y un par de pistolas de plástico en la cintura, yo traigo un "arma" muy moderna que hace una bulla insoportable y se llena de luces cuando aprieto un botón.

Llegamos al centro y vamos por el Jirón de la Unión, en algunas tiendas aún se ven los restos de diciembre: Algunas luces navideñas que sólo encienden la mitad y cuelgan como telarañas abandonadas en los escaparates, anuncios de remate de panetones, ofertas de juguetes que nadie compró y ahora valen la cuarta parte. Pero más adelante aparece una imagen que nos impacta a ambos: es Papá Noel que viene agitando una campanita y riéndose con su estertóreo jo jo jo. A su lado hay una señora con una cámara fotográfica inmensa y va ofreciendo a los niños una fotografía con él. Nosotros no dudamos un instante y empezamos a rogarle a nuestra madre que nos tomé una foto con ese viejito tan noble, que así tendríamos pruebas indudables de que si existe y ningún niño mayor del colegio nos volvería a dar la contra. Mi madre nos mira tiernamente y acepta.

Cuando llegamos a su lado, lo tocamos para que voltee, cuando lo hace nuestra ilusión y admiración sufre un violento desengaño: Papá Noel tiene una imagen descachalandrada y cochamborasa: Suda a mares (es enero en Lima, mes de verano y el pobre tío esta embutido en un asfixiante traje que seguro le achicharra hasta los pensamientos), su barba postiza se ha descolgado y ahora anda por su vientre, tiene unos lentes pegados con cinta adherente, su traje está cochino, la campanita llena de oxido y él huele tan mal que se podría deducir que hace por lo menos cuarenta navidades no se baña y encima duerme en la misma cama con todos sus renos. Mi hermano y yo cruzamos miradas de pavor, ya no nos queremos tomar ninguna foto con ese tío que hace unos minutos nos llenaba de gracia y ahora sólo nos llena de nauseas, no sabemos qué hacer, miramos a nuestra madre que nos observa feliz, mi hermano saca sus pistolas e intenta dispararle, yo le apunto con mi moderna arma y le lanzo un rayo pero el viejo sigue incólume, no cae, nos resignamos a fotografiarnos con él.

La fotógrafa, que obviamente es su sufrida esposa (debe ser muy jodido eso de ser la mujer de Papá Noel, pienso yo), nos pide que nos juntemos más, que no entramos en el ángulo de la cámara, es evidente que no queremos pegarnos a ese viejo infecto, pero no nos queda otra, cuando decidimos hacerlo sentimos un violento aliento contra nuestros rostros: está alcoholizado, licoreado. Nos dice que le pidamos un regalo: mi hermano le pide que se bañe, yo le pido que nunca se le ocurra ir así a mi casa, que mi hermanita menor se puede asustar. Él nos mira sorprendido y murmura entredientes "mocosos de mierda", mi hermano lo escucha claramente y le arranca la barba, yo meto le mano dentro de su chaqueta y le saco un montón de trapos de relleno que simulaban una falsa gordura, empezamos a correr a su alrededor gritando: "No es Papá Noel, no es Papa Noel", el viejo trata de recomponer su imagen pegándose la barba con saliva y su esposa volviéndolo a rellenar de trapos. Mi madre no puede evitar burlarse, mi hermano vuelve a desenfundar su pistola y le lanza un disparo imaginario, sopla la punta de su revolver como quien ha dado un tiro preciso y mortal y la vuelve a guardar. Antes de irnos volteamos a mirarlo y vemos como los demás niños lo miran decepcionados, incluso algunos lloran, sentimos que acabamos con la Navidad de muchos de ellos, sentimos que somos felices, sentimos que somos hermanos, sentimos que nos queremos como la puta madre.

1 comentario:

Anónimo dijo...

esta si está demasiado tierna (L), yo tambien recuerdo que antes en navidad el centro se llenaba de papanoeles malaspectosos.